Cuando una empresa o persona física se encuentra en una situación financiera crítica que le impide hacer frente a sus obligaciones económicas, el ordenamiento jurídico español contempla un mecanismo legal específico para gestionar esta crisis: el concurso de acreedores. Este procedimiento judicial no solo busca ordenar los pagos pendientes, sino también ofrecer alternativas viables para la continuidad de la actividad económica o, en su defecto, para liquidar el patrimonio de forma ordenada y equitativa. La figura del administrador concursal cobra especial relevancia en este contexto, pues actúa como intermediario neutral encargado de representar tanto los intereses del deudor como los de los acreedores, asegurando que todo el proceso se desarrolle conforme a la legalidad vigente y con la máxima transparencia posible.
¿Qué significa declararse en concurso de acreedores y cuándo es obligatorio?
Definición del concurso de acreedores y situación de insolvencia empresarial
El concurso de acreedores es un procedimiento legal regulado por el Texto Refundido de la Ley Concursal, diseñado para reorganizar o liquidar el patrimonio de una empresa o persona física que se encuentra en estado de insolvencia. Se entiende que existe insolvencia cuando el deudor no puede cumplir regularmente con sus obligaciones exigibles, es decir, cuando carece de liquidez suficiente para atender sus compromisos de pago en el momento en que estos vencen. Esta situación puede ser actual, cuando la falta de recursos ya es patente, o inminente, cuando se prevé que en un futuro próximo no será posible atender las deudas.
La declaración de concurso puede ser solicitada tanto por el propio deudor como por sus acreedores. En el primer caso hablamos de concurso voluntario, mientras que en el segundo se trata de concurso necesario. La reforma del marco concursal ha reforzado las medidas de protección para los deudores durante ciertos periodos, como ocurrió con la moratoria concursal que protegió a los deudores hasta mediados de 2022 frente a las solicitudes de concurso necesario. Este mecanismo temporal buscaba evitar una avalancha de procedimientos en contextos económicos excepcionales.
Plazos legales y consecuencias de no iniciar el procedimiento a tiempo
Los empresarios tienen un deber legal ineludible de solicitar el concurso de acreedores dentro de un plazo máximo de dos meses desde que tengan conocimiento de su estado de insolvencia. Este plazo es fundamental, pues su incumplimiento puede acarrear graves consecuencias tanto para la empresa como para sus administradores. Si el deudor no presenta la solicitud dentro del periodo establecido, el concurso puede ser calificado como culpable, lo que implica que se considera que la insolvencia ha sido causada o agravada por negligencia, mala fe, fraude o dolo por parte de quienes gestionaban la entidad.
Una calificación culpable del concurso puede derivar en responsabilidades personales para el administrador, quien podría verse obligado a responder con su patrimonio personal frente a los perjuicios causados a los acreedores. Además, este tipo de calificación puede conllevar sanciones adicionales, como la inhabilitación para administrar bienes ajenos durante un periodo determinado o incluso condenas penales si se demuestra la existencia de conductas delictivas. Por ello, resulta esencial que las empresas en dificultades busquen asesoramiento especializado de abogados concursales que puedan guiarles en el momento oportuno.
El papel del administrador concursal en la representación de la empresa
Funciones y responsabilidades del administrador durante el procedimiento
El administrador concursal es una figura clave en todo el proceso concursal. Una vez que el tribunal dicta la sentencia de declaración de concurso, se procede al nombramiento de este profesional, cuya función principal es gestionar y supervisar el patrimonio del deudor con el objetivo de proteger los intereses de todos los acreedores. Dependiendo de la naturaleza del concurso, el administrador puede actuar de dos formas distintas: mediante intervención o mediante suspensión. En el primer caso, el empresario continúa gestionando su actividad, pero bajo la supervisión del administrador concursal. En el segundo, es el administrador quien asume directamente la gestión de la empresa, desplazando al deudor de sus funciones administrativas.
Entre las responsabilidades del administrador concursal se encuentra la elaboración de informes detallados sobre la situación patrimonial y financiera del deudor, la determinación de los créditos concursales y su clasificación según su naturaleza y prioridad, así como la propuesta de convenio o liquidación. Este profesional debe actuar con imparcialidad y diligencia, garantizando que todas las actuaciones se ajusten al marco legal vigente. Además, tiene la obligación de velar por que el procedimiento avance de manera ágil y eficiente, evitando dilaciones innecesarias que puedan perjudicar tanto al deudor como a los acreedores.
Cómo el administrador concursal gestiona las relaciones con acreedores y empleados
La administración concursal también desempeña un papel fundamental en la comunicación y negociación con los acreedores. Durante el periodo de comunicación de créditos, los acreedores deben presentar sus reclamaciones ante el administrador concursal, quien se encarga de verificar su validez y clasificarlos según su orden de prelación. La Ley 16/2022, que introduce cambios sustanciales en el régimen concursal, ha fortalecido la participación de los acreedores en diversas fases del procedimiento. Por ejemplo, aquellos que representen al menos el cinco por ciento del pasivo o que tengan créditos superiores a un millón de euros pueden presentar un informe razonado sobre determinados aspectos del concurso, incluyendo la calificación concursal.
En cuanto a los empleados, el concurso de acreedores puede tener implicaciones significativas en sus contratos laborales. El administrador concursal puede proponer modificaciones en las condiciones de trabajo o incluso autorizar despidos objetivos cuando resulten necesarios para la viabilidad de la empresa. No obstante, todas estas medidas deben ser aprobadas judicialmente y deben respetar los derechos laborales fundamentales. Los créditos laborales suelen gozar de un rango privilegiado en el orden de pagos, lo que ofrece cierta protección a los trabajadores frente a otros acreedores. La gestión equilibrada de estas relaciones es crucial para mantener la operatividad de la empresa durante el proceso y para explorar posibles soluciones de reestructuración que permitan preservar la actividad y el empleo.
Fases del procedimiento concursal: de la apertura a la resolución

Tramitación del concurso: desde la solicitud ante el tribunal hasta la sentencia
El procedimiento concursal se inicia formalmente con la presentación de la solicitud ante el tribunal competente. En esta solicitud, que puede ser presentada por el deudor o por alguno de sus acreedores, se deben aportar toda una serie de documentos que acrediten la situación de insolvencia y que detallen la información patrimonial, contable y financiera de la empresa. Una vez admitida la solicitud, el tribunal dicta un auto de declaración de concurso, en el que se nombra al administrador concursal y se determina el alcance de sus funciones.
Tras la declaración de concurso se abre la denominada fase común, durante la cual se realiza un inventario completo del patrimonio del deudor y se procede a la determinación de la masa activa y pasiva. Los acreedores disponen de un periodo para comunicar sus créditos, que serán verificados y clasificados por el administrador concursal. Además, durante esta fase se paraliza el devengo de intereses sobre los créditos concursales y se suspenden las ejecuciones individuales que pudieran pesar sobre el patrimonio del deudor. Esta protección frente a nuevas ejecuciones o embargos por parte de los acreedores constituye uno de los efectos más relevantes de la declaración de concurso, pues permite al deudor y al administrador concursal trabajar en la búsqueda de soluciones sin la presión de acciones ejecutivas dispersas.
Plan de pagos versus liquidación: opciones para la preservación o cierre de la actividad
Una vez concluida la fase común, el procedimiento puede desembocar en dos alternativas fundamentales: el convenio concursal o la liquidación. El convenio es un acuerdo entre el deudor y sus acreedores que busca la reestructuración de las deudas mediante un plan de pagos que contemple quitas, que son reducciones del importe de la deuda, y esperas, que consisten en el aplazamiento de los plazos de pago. Este convenio debe ser aprobado por una mayoría cualificada de acreedores y homologado por el tribunal. La aprobación del convenio permite la continuidad de la actividad empresarial, preservando puestos de trabajo y manteniendo viva la estructura productiva.
Por otro lado, cuando no es posible alcanzar un convenio o cuando este no resulta viable, el tribunal puede decretar la apertura de la fase de liquidación. En esta fase, el administrador concursal procede a la venta de los activos del deudor para satisfacer en la medida de lo posible los créditos pendientes. El orden de prelación en los pagos es riguroso: primero se atienden los créditos privilegiados, que incluyen los laborales y los de la Seguridad Social y Hacienda, seguidos de los créditos ordinarios y, finalmente, los subordinados. La liquidación supone el cierre definitivo de la actividad empresarial, pero permite una resolución ordenada y equitativa de las deudas, evitando situaciones de caos y desprotección para los acreedores.
Consecuencias legales y alcance del concurso para directores y acreedores
Derechos de los acreedores y orden de prioridad en los pagos
Los acreedores desempeñan un papel crucial en el procedimiento concursal, pues son ellos quienes han confiado recursos económicos al deudor y ahora buscan recuperarlos en la medida de lo posible. La reforma concursal reciente ha fortalecido la participación de los acreedores, otorgándoles mayor capacidad de intervención en aspectos clave del proceso, como la calificación concursal. Los acreedores tienen derecho a ser informados puntualmente sobre el desarrollo del concurso, a presentar sus reclamaciones de crédito y a participar en las juntas de acreedores donde se debaten y aprueban las propuestas de convenio.
El orden de prioridad en los pagos está claramente establecido en la legislación concursal. Los créditos privilegiados, que incluyen las deudas con la Seguridad Social y con Hacienda, así como determinados créditos laborales, tienen preferencia absoluta sobre el resto. Esto significa que, en caso de liquidación, estos acreedores serán los primeros en cobrar con el producto de la venta de los activos. A continuación, se satisfacen los créditos ordinarios, y finalmente los subordinados. Este sistema garantiza una distribución justa de los recursos disponibles, respetando el principio de igualdad entre acreedores dentro de cada categoría y asegurando que quienes tienen una posición más vulnerable o prioritaria sean atendidos en primer lugar.
Responsabilidades del director y observación de las obligaciones durante el procedimiento
Los directores y administradores de la empresa tienen responsabilidades específicas durante todo el procedimiento concursal. Como ya se ha mencionado, existe un deber legal de solicitar el concurso en el plazo establecido desde que se tenga conocimiento de la insolvencia. El incumplimiento de esta obligación puede derivar en una calificación culpable del concurso, con las consecuencias personales que ello conlleva. Además, durante el desarrollo del procedimiento, los administradores deben colaborar activamente con el administrador concursal, facilitando toda la información y documentación necesaria para el correcto desempeño de sus funciones.
En determinados casos, especialmente cuando se demuestra negligencia, mala fe o fraude en la gestión de la empresa, los directores pueden verse obligados a responder con su patrimonio personal frente a las deudas de la sociedad. Esta responsabilidad se extiende también a aquellos que hayan actuado como avalistas de la empresa, quienes pueden ver comprometido su patrimonio personal si la empresa no puede hacer frente a sus obligaciones. No obstante, la Ley de Segunda Oportunidad ofrece a estos avalistas la posibilidad de acogerse a mecanismos de exoneración del pasivo insatisfecho, siempre que cumplan con ciertos requisitos, como no haber sido condenados por delitos económicos en los últimos diez años. Este marco legal busca equilibrar la protección de los acreedores con la posibilidad de que las personas físicas puedan recuperarse de situaciones de sobreendeudamiento y rehacer su vida económica.
La declaración de concurso de acreedores implica, además, una visibilidad pública del proceso, pero lejos de ser percibida como un estigma, debe entenderse como una herramienta legítima para la reorganización empresarial y la protección de los intereses de todas las partes involucradas. La intervención del administrador concursal y el cumplimiento riguroso de las obligaciones legales son garantías fundamentales para que el procedimiento cumpla su finalidad: ofrecer una salida ordenada y justa a situaciones de insolvencia que, de otro modo, podrían generar mayor perjuicio tanto para el deudor como para sus acreedores.
